5 de marzo de 2011

Yo, tú, ellos, nosotros. Apuntes sobre la praxis poética y vital de Clementina Suárez

Clementina Suárez, retratada por María Williams Talavera.
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo publicó este breve ensayo en el No. 4 de su Colección "Visión de País", con el título La visión de país en Clementina Suárez y Alfonso Guillén Zelaya. Aquí un fragmento:

En la búsqueda de la construcción del proyecto de país aún pendiente, en Honduras subsisten muchos espacios que no han sido lo suficientemente explorados, en los cuales hay un potencial valioso para la configuración de una visión propia como pueblo y como país. Uno de ellos es el estudio de la literatura como parte esencial del imaginario y de la conciencia colectiva necesarios en la conformación de una identidad propia.
Sin duda, Clementina Suárez (Premio Nacional de Literatura 1970) es una de las figuras más representativas de la poesía hondureña del siglo XX, tanto por la trascendencia y significado de su obra misma, como por lo sostenido de su producción, que inicia en 1930 y no termina sino hasta tres años antes de morir asesinada en circunstancias aún no esclarecidas, en diciembre de 1991; es decir, abarca seis décadas de la historia literaria y social del país.
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1 de marzo de 2011

Análisis crítico de Mario A. Membreño Cedillo sobre "Una cierta nostalgia"

Cuando se llevaron la noche

Mario A. Membreño Cedillo




Y caminaban, semejante a la noche.  
Canto I, Ilíada.

La noche sugiere, nos enseña. La noche nos encuentra y nos sorprende 
por su extrañeza; ella libera en nosotros las fuerzas que, durante el día, 
son dominadas por la razón.”  
Brassai, fotógrafo húngaro.

"Today, two things seem to be modern: the analysis of life and the flight
from life… One prectises anatomy of the inner life of one's mind, or one dreams.
Reflection or fantasy, mirror image or dreams image.” 
Hugo von Hofmannsthal, 1893.

Ángel de los sueños, dibujo, Mario A. Membreño Cedillo (2005).
Una cierta nostalgia es el título del libro de cuentos de la escritora hondureña María Eugenia Ramos (segunda edición, Editorial Iberoamericana, 2010; la primera edición es del año 2000). Compacto y mesurado libro que incluye once cuentos, de los cuales varios han sido antologados: Pequeñas resistencias 2, Enrique Jaramillo (Madrid, 2003); Antología de cuentistas hondureñas, Jessica Sánchez (Guatemala, 2005) Antología de cuentistas hondureñas, Willy Muñoz (Tegucigalpa, 2003). Ocho de los once cuentos están muy bien planteados y escritos: El vuelo del abejorro, Para elegir la muerte, Entre las cenizas, La partida, La otra, Cuando se llevaron la noche, El círculo y Una cierta nostalgia. 
 
Los cuentos antes citados tienen elementos en común: lo fantástico, los sueños, los espejos, la noche, la soledad, la incomunicación. Puertas que se abren y puertas que se cierran. Hay un intento de fabricar una nueva realidad, una búsqueda, sea entre sueños, espejos u oscuridad. Aquí la oscuridad (noche) no solo es física, sino sicológica, pero siempre queda reflejada la posibilidad de encontrar una puerta entreabierta. No obstante, la noche, personaje que tiene más que un carácter, abarca directa o indirectamente todos los cuentos, los abriga literalmente. Hay un manto de penumbra en todos los cuentos, ya sea la acción de día o de noche. 

En El vuelo del abejorro la acción transcurre de día. Sobrio y bien condensado, controla su eficacia con un cierto acento policial. Bien podría ser un sueño. Hay una transposición en progreso, una dualidad musical y visual: un espejo roto. 

Para elegir la muerte es un cuento fantástico que rompe los moldes de la realidad, pero al mismo tiempo es perfectamente cotidiano (recordemos Las fases de Severo, de Cortázar). Cuento sorprendente que rompe un estereotipo pero perfectamente cuadrado en la realidad. En una sociedad consumista también hay una oportunidad para elegir la muerte. El final se da en otra realidad que se abre más allá de una puerta, en la que bien cabría una constelación de estrellas o un pelotón de fusilamiento. 

Entre las cenizas nos cuenta una variante de la fábula de la Cenicienta. Es un sueño dentro de un sueño. “En cuanto suba a su caballo olvidará siempre esa noche” (p. 41). Solo basta que el príncipe despierte ahora, pero nunca lo hace: un ejercicio de la asimetría de los sueños. ¿Y si el príncipe despertase y Cenicienta estuviese dormida? Es un sueño en ambas vías, luz verde para ambos. Lo idílico realizado es la coincidencia de los sueños. Pero en el cuento siempre hay una luz roja que prohíbe el encuentro del príncipe y la princesa. 

La partida es un cuento sin ambages, en el que nunca sabemos qué pasa. Solo hay pincelazos de los protagonistas. Muy llano y con un final que sin rebuscarse produce honda impresión. James Joyce escribía cuentos similares: sin excesos y con finales sugerentes y no definitivos. (Uno de los cuentos mejor logrados, por su sobriedad). 

La otra es el recurrente desdoblamiento usado por muchos escritores, un nuevo espejo. Nos recuerda Lejana, de Cortázar, pero también esa desintegración emocional y física que se derrama en Una rosa para Emily, de Faulkner, y esa otra fabulación tremendista y gótica de Carlos Fuentes, en Aura.

El círculo es también una búsqueda circular, espejos y sueños. Una realidad que no es realidad, una incomunicación fáctica y subliminal, lo inexplicable como asunto del pan y el café a las siete de la mañana. Nos recuerda el cuento Mudanzas, de Cortázar, en el que todo el entorno va cambiando lentamente. Solo que aquí el cambio es inmediato, sin preámbulos, muy a lo Kafka, sin explicaciones, sin exordios, directo pragmatismo bostoniano y laconismo espartano.

Y finalmente: Una cierta nostalgia, una reflexión en primera persona de alguien que busca a los otros, pero que también espera vehementemente que otros lo busquen a él. Semáforo en verde para ambas vías. No es El enfermo imaginario de Moliere ni es el personaje moribundo de La muerte de Ivan Ilich de Tolstoi, que tumbado en una cama va muriéndose de gota en gota, de palabra en palabra, rodeado de familiares estampados en un tapiz bizantino y en la sombra de la soledad de una estepa urbana. Aquí el caso es un linde entre los muertos y los vivos; no hay adornos, ni personajes de primer plano, ni escenarios. Es casi un escenario minimalista. Solo monólogo consciente y narración directa de un knockout en el primer asalto, donde “el tiempo se ha detenido en el aire como una bola de cristal” (p. 90) y donde “millones de pies descalzos están pasando sobre mi tumba” (p. 93). Solo hay que recordar The dead de Joyce. Pero sin irse muy lejos, a la vuelta de la próxima esquina, se nos desencaja ese mundo entre vivos y muertos que es Pedro Páramo. Solo lo salvan las palabras. Una lucha de la palabra contra la oscuridad (¿será noche?) Solo la palabra salva, dice el protagonista de Una cierta nostalgia “para no dejarme morir en las tinieblas” (p. 94). La palabra contestada en la voz del otro, los otros; los que fueron y los que vendrán. 

Hay tres cuentos más que por diversos motivos están debajo de la factura de los cuentos antes reseñados. Domingo por la tarde es un cuento que sin duda está bien escrito, pero que desentona con los otros. Es legítima la denuncia social. Pero es un cuento que está escrito con una temática diferente y con un lenguaje estrictamente realista y e insinuándose en el costumbrismo; y, sobre todo, escrito con otra disposición mental. 

El viaje es un buen cuento, pero se queda corto en su final, resulta muy lineal; hay mejores maneras de plantear lo mismo desde un punto de vista literario. Y deja limitada las posibilidades de encontrar un final que, sin traicionar lo que se dijo, estuviera a una mayor altura ficcional. 

Los visitantes es un tema muy interesante para fabricar un relato de alto nivel. Pese a que Helen Umañai considera que este cuento está muy sentimentalizado (lo reseña como “adherencias sentimentales”), hay otra consideración desde la construcción técnico-literaria que va más allá del lenguaje sentimental. El punto es que la autora nos da demasiadas explicaciones, por lo que resulta un cuento demasiado externalizado. Al lector no le queda un resquicio de imaginación, por lo que lo enfrenta desde la racionalidad pura. Y eso es una limitante porque en la ficción uno busca lo lúdico, lo subjetivo, lo que dé espacio para volar: ejercitar la imaginación, que es el templo de toda calibrada ficción. Por ejemplo, en El jardinero (1926), Rudyard Kipling, aunque en el epígrafe habla de un ángel, en el texto nunca da explicaciones de nada. Deja todo a la imaginación y lo lúdico del lector; por eso es un cuento magistral, igual que Ellos, La casa de los deseos y Madona en las trincheras, todos cuentos de alta factura de Kipling. En la literatura o en la pintura, una pincelada de más o demasiadas explicaciones anulan el arte. Recordemos los cuadros maestros de Velásquez, siempre acusados de ser inacabados, pero no por eso dejan de ser obras maestras.ii

Foto: “Noche y día”, Mario A. Membreño Cedillo (Tegucigalpa, 2005).
Cuando se llevaron la noche, el cuento más emblemático y que reúne las cualidades de la mayoría de las narraciones de este libro, nos sugiere la frase de la IIíada “y caminaban, semejante a la noche”, frase que glosó Borges en uno de sus libros. Pero será una sola y total noche o serán miles de noches? Este cuento está muy bien logrado e inteligentemente planteado, sin excesos en las descripciones ni intentos de explicar por qué se producen las cosas. Siempre se mantiene la tensión y atención del lector, con profundidad metafísica e impactante en su doble final. 
 
En el cuento Algo había pasado ("Qualcosa era successo"), Dino Buzzati usa este recurso. En un día soleado, mientras un pasajero va en un tren, se da cuenta de que algo ocurre en las ciudades y el campo. Ve gente que corre, rostros destemplados, y no se explica qué es lo que pasa. Cuando baja del tren no encuentra gente: toda la ciudad está desierta (“cuando se llevaron a la gente”).

Cuando se llevaron la noche, aun en su aparente sencillez, es un cuento mucho más complejo que el de Buzatti. Plantea una dislocación del mundo, dos realidades, espejo contra espejo; en el fondo, el problema existencial atinente a la incomunicación. Siempre hay algo que no entendemos y que está más allá de nosotros: la otredad. La primera vertiente es que sucede algo inexplicable, irracional: la cosa que sustituye a la noche. Se arma muy al estilo del cuentista norteamericano H.P Lovecraf, especializado en el género de horror, para quien esa cosa que sustituye la noche lo es todo; lo demás es accidental.

En Cuando se llevaron la noche, por el contrario, hay una relación humana y existencial, y la cosa que sustituye la noche solo es un fondo que queda latente, muy en las esquinas del alma (horror metafísico). Esta vertiente es un irreverente estrechar las manos con el filósofo polaco Leszek Kolakowski. En ese terreno metafísico, esa cosa indefinida que va sustituyendo a la noche provoca temor, zozobra, incertidumbre, horror que nadie puede definir con palabras, porque no hay palabras que puedan expresar algo que está más allá del lenguaje.iii

El otro final o vertiente es el concepto muy humano de la Espera. En la mayoría de los cuentos de este libro los personajes esperan algo, sea una renuncia, un cambio de escenarios. Una espera que en esencia es judeo-cristiana (Ernest Bloch aborda el tema desde un sincretismo judeocristiano y marxista), afincada en la esperanza, que es diferente al simple optimismo. La espera de algo es un concepto teológico, muy estructurado en todas las religiones. Aquí la espera no es tanto que retorne lo que se fue, sino la transformación que sufre el que espera. El único que retorna es uno mismo transformado (a).

En El retorno de la noche, de Cortázar, el personaje retorna de una pesadilla; se salva porque despierta. En Cuando se llevaron la noche la trama es un proceso mental al revés; lo que sucede es real y no un sueño o pesadilla. Curiosamente, lo que puede salvar a la protagonista del cuento es huir de esa realidad presente, refugiarse en el sueño. Pero esa salvación solo es pasajera, porque hay que despertarse. 

En el planteamiento de Cuando se llevaron la noche hay varias posibilidades: nunca sabemos quién se llevó la noche, ni por qué (eso es parte del cuento, y corresponde al lector encontrar la noche, o imaginarse what happen?), recurso técnico que usaba Kafka. En sus novelas (El castillo, El proceso, La metamorfosis) nunca sabe uno lo que pasa ni por qué. Cortázar usa ese recurso técnico en algunos de su cuentos; por ejemplo, solo para citar uno, Segunda vez.
 
Pero más complejo y dramático que se lleven la noche es que se lleven el día. Desde una visión de conjunto, quizás hay una relación con el poemario de la autora, Porque ningún sol es el último (1989, Ediciones Paradiso). Lo que viene después del último sol es la noche; quizás, entonces, este libro de cuentos es el corolario del último sol (tesis atrevida, pero no descartable). Pero, si ya no hay sol y tampoco hay noche, entonces, ¿qué queda? ¿Y qué sigue después? Solo queda la recuperación: primero del sol (día), y después, de la noche. Ambas posibilidades están relacionadas con la Esperanza. Recordemos la sentencia sorprendente de Josué: “Sol, detente”. Pero también la sentencia neotestamentaria de San Pablo: “Renovaos por la transformación de vuestro entendimiento”.


Foto: Andrć Kertćcz (1972).

Hay, pues, dos tendencias estructuradas en estos cuentos: una primera relacionada con problemas cotidianos, relaciones de pareja, de familia, filiación paterna, desesperanza en el amor, pero también la búsqueda de lo perdido. Y una segunda vertiente, que en un sentido muy general asoma dosificadamente a lo fantástico, pero también tocando a la puerta de lo metafísico, lo inexplicable o lo maravilloso cotidiano. En la primera vertiente pensamos en Katherine Mansfield, muy influenciada por Chejov, caracterizada por desarrollar más los ambientes y la atmósfera que los personajes. En la segunda vertiente, estamos cuadrados en el mundo gótico de Isak Denisen (Karen Blixen): lo onírico, lo simbólico, lo exuberante, lo sorprendente. 

María Eugenia Ramos conjuga y se mueve entre esos dos mundos, en estas tendencias temáticas y literarias, y lo hace con mesura, sin excesos, y en narraciones breves y solventes. Tiene talento y potencial para escribir cuentos, y no es fácil hacer cuentos de buena factura en el medio hondureño ni centroamericano, que no ayuda ni motiva mucho. En ese contexto, María Eugenia Ramos se perfila por esta obra como un inicio de una Khaterine Mansfield o Isak Denisen hondureña. O quizás una Elena Garro, pensando en términos latinoamericanos. 

En fin, esto de escribir un buen cuento o una buena novela, pintar un buen cuadro o tomar una buena fotografía, escribir una buena escena de teatro o una sobria y vivaz partitura musical, es en esencia y en última instancia, ademas del dominio de la técnica pertinente a cada disciplina artística; un acto de soledad y un desprendimiento de inteligencia pura (Emmanuel Kant), de esencialidad poética (John Keats), un proceso mental de alto nivel espiritual (Vasil Kadinsky).

Le resta a la autora asumir el reto de superar lo ya escrito y consolidar su vocación y oficio de escribir. Sin duda es una escritora emblemática en nuestro país. Le resta asomarse a la ventana y saber qué es lo que ve. Porque hay que tener el carácter, la disciplina y la vocación para más. Porque, en eso de la vocación artística, que es siempre una decisión personal, solo hay una regla universal y sin contemplaciones y misericordia: siempre sola, absolutamente sola ante el espejo, y siempre a punto de tocar una puerta que nunca se sabe si se va abrir. Y si se abre, uno nunca sabe si al entrar va encontrar el último sol o la última noche. Porque siempre hay que recordar a Aristóteles: “el alma es todo en cierto modo”…
 
Notas
i Umaña, Helen (1999). Panorama crítico del cuento hondureño, 1881-1999. Editorial Iberoamericana.
ii Léase La desnaturalización del arte, de Ortega y Gasset, especialmente el estudio sobre el pintor Velásquez.
iii Véanse las tesis de posibilidades del lenguaje de Gertude Stein, D. Lessing y Wittgenstein, sobre la limitación del lenguaje para describir y abarcar la realidad total.

En el XI Festival Internacional de Poesía de Medellín

 

La última década de mi vida ha sido tal vez la más intensa desde mis épocas de dirigente estudiantil, querida y resguardada por una familia amorosa y compañeros leales, o ese tiempo doloroso de búsqueda y desgarre de los años ochenta. Y uno de mis más esplendorosos y mágicos recuerdos de estos últimos diez años ha sido el Festival Internacional de Poesía de Medellín, al que llegué con solo un modesto librito de poesía publicado mucho tiempo atrás —hasta ahora el único—, del cual algunos ejemplares, para mi sorpresa, se fueron a la calle, a los puestos de libros viejos del mercado, y se encontraron con muchachas y muchachos que aman a la literatura. Si mi poesía ingenua les dice algo a estos jóvenes, entonces, después de todo, quizá Medellín no solo sea para los Poetas con mayúscula como los que conocí en el Festival, sino también para quienes al caminar nos inclinamos bajo el peso de las palabras que no podemos expresar.


Me sorprendió que esta señora, madre de familia de una participante en un taller de poesía, empezara a leer mi libro y no lo soltara, mientras a su alrededor los demás comían y conversaban durante el acto de clausura, en noviembre de 2010.


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Domingo por la noche

Callejón oscuro. Fuente: redeblogsylibros.ning.com

Después de la lluvia, las calles estaban tan desoladas como cualquier otro domingo por la noche. El viento había secado los charcos y arrastraba quedito los últimos restos de los afiches que los barrenderos municipales habían arrancado muy temprano de las paredes.
La señora caminaba de prisa, procurando que sus tacones no resonaran demasiado en la oscuridad de la calle. Había pensado llevar el carro, pero habría sido peligroso. Con todo y la limpieza ordenada por la alcaldía, aún estaban en pie algunas barricadas que los manifestantes habían levantado con sillas quebradas y toneles vacíos. Tampoco habían podido quitar del todo los clavos regados estratégicamente para puncharles las llantas a los camiones del ejército, y no era cosa de arriesgarse a dejar el carro tirado en cualquier parte.
En casa seguramente la esperaba el marido, impaciente porque llegara a servirle la comida / porque no es lo mismo cuando me sirven estas mujeres que ni poner bien un tenedor pueden yo vengo cansado si supiera cuántos pacientes atendí hoy y es justo que usted esté en la casa esperándome no me gusta que ande en la calle peor en estos tiempos que /
A lo lejos se oía el motor de un carro / tengo que apurarme estos zapatos me chiman me hubiera puesto los otros y encima hay que andar bien vestida a él no le gusta verme desarreglada / parece la patrulla dios mío que doble en la esquina que no pase por aquí y si fuera octavio pero no el carro de él no suena así pero /
Por la acera de enfrente caminaban dos mujeres, una muy joven y otra muy vieja. Parecían abuela y nieta, pero también podrían ser madre e hija. Caminaban de prisa / todos caminamos rápido uno no se puede parar nunca las he visto en este barrio qué andarán haciendo /
El auto se oía cada vez más cerca / dios mío ya es de noche gracias a dios aquí está mi tarjeta de identidad dinero no ando son las siete el toque de queda me irán a /
La patrulla iba despacio, como un animal salvaje que husmeara a ambos lados de la vereda. Ya todo estaba oscuro.
—Mirá, Chico.
—¿Qué?
—Carne. Dos mujeres.
—Puta, ya era tiempo.
—Allá va otra, no jodás, una vieja tufosa.
—Mirá a la cipota, vos. Hoy me la piso por andar puteando después del toque de queda.
—Esperate, vos. Hay que pedirle los papeles a esa doñita también, y si no los anda, quién sabe si no va al gancho también.
/ no me oíste dios mío es la patrulla pero a mí no me van a hacer nada soy la esposa del doctor octavio y esas mujeres quiénes serán pobrecitas si no andan la identidad se las van a llevar las van a /
—Mamá.
—Ya nos jodieron, apurate. Por tu culpa, si no te hubiera hecho caso ya estuviéramos tranquilas en la casa. Pendeja que soy, quién me manda a meterme en mierdas.
/ tun tun si camino muy rápido se va a ver sospechoso caminá despacio calmate no te va a pasar nada no te va a pasar nada no te va /
—Párese allí, señora.
—Y ustedes también, no se muevan.
—A ver, sus documentos.
—Aquí están / me sudan las manos tal vez se van ligero más vale que /
—Mirá esta identidad, vos. Toda despegada. ¿No sabe que la identidad hay que cuidarla?
—A saber si es falsa. ¿No serán salvadoreñas ustedes?
—No, señor, somos hondureñas, somos de Goascorán.
—¿No te dije? Salvadoreñas han de ser, y del Farabundo. Registralas.
—¡No me toque!
—No te hagás, yo sé que te gusta. ¿Qué hacés en la calle a estas horas, pues? Solo las putas y los subversivos andan en la calle a estas horas.
—Dejá a la cipota, gran cabrón. Son machos solo porque tienen pistola.
—Callate vos, vieja. Vos la has de mandar a putear.
/ ya no aguanto no puedo estar aquí viendo esto pero si me meto me va a caer a mí también qué hago pobrecitas si supiera cómo se llaman qué /
—Mirá vos, lo que anda esta jodida.
—¿Qué?
—Literatura subversiva.
—A la puta, ¿y estos papeles?
-Leé vos, que a mí me cuesta.
—“No al al - za en el cos - to de la vi - da. No más vio- len - cia con - tra la mujer.” Grandísimas putas, ¿y todavía dicen que no son guerrilleras?
La primera patada duele más por la sorpresa. En el suelo no hay tiempo para respirar, toda la sangre está concentrada en las sienes / tun tun ay mi brazo la cipota la van a violar ya no /
—Soltame, desgraciado.
—Ay mamaíta, si vieras qué rico nos cogemos a las guerrilleras.
—No somos guerrilleras, hijueputa.
—Ya te dije que te callaras, vieja pendeja.
/ dios mío dame fuerzas no puedo dios mío tengo miedo pero yo soy la esposa del doctor octavio a mí no me va a pasar nada a ellas pobrecitas dios mío la muchacha cómo /
—Oficial, aquí está mi identidad.
—¿Qué? Échela, pues. Usted se puede ir. Chico, echá a esas en la paila, que no se suelten.
—Yo soy la esposa del doctor Octavio Díaz.
—Y a mí qué putas... ¿Quién dice?
—El doctor Octavio Díaz.
—¿El doctor Díaz? ¿Mi capitán?
—Bueno, sí / así ha de ser por eso los viajes las llegadas tarde después de todo gracias dios mío no siempre andaba con aquella mujer y a mí que me importa es como un contrato de qué sirve preguntar para /
—Enchachalas bien a esas, vos. Señora, la vamos a ir a dejar a su casa. Ya ratos pasó el toque de queda y es peligroso andar en la calle. Mire a estos subversivos, hasta mujeres hay, y son de las peores. Súbase, señora, aquí adelante. (Andate con esas en la paila, vos.) Yo quiero mucho a mi cap Díaz, a su esposo, quiero decir. Como él es doctor, nos ayuda a veces con estos delincuentes, porque a veces se nos pasa la mano. Usted sabe, la ley es la ley y tenemos obligación de defender la patria. Estos subversivos no merecen nada, pero somos humanos, hasta doctor les conseguimos. ¿Por aquí es, verdad? Si ya me acuerdo, a veces hemos venido a dejar a su esposo a las tres, cuatro de la mañana, en el otro carrito, claro. Es que esos pícaros no quieren hablar y tenemos que interrogarlos con médico y todo, como en la Oshner, jajajaja. Y después no agradecen, somos incomprendidos. Usted me entiende, ¿verdad? Yo soy el cabo Martínez, Trinidad Martínez, para servirle.
—Mire, cabo, yo quiero pedirle un favor.
—Con gusto, señora. Imagínese, la esposa de mi capi... del doctor Díaz.
—Yo conozco a estas mujeres.
—¿A éstas? ¿Que las conoce?
—Sí, la señora va a lavar ropa a mi casa.
—¿Está segura? Tenga mucho cuidado, señora, estas son guerrilleras, ¿no ve lo que les hallamos?
—Yo las conozco. No se meten en nada, curiosas es que son. De seguro hallaron eso en la calle y lo recogieron. Yo creo que no saben ni leer. Perdónelas por esta vez, cabo. Déjelas ir.
—Señora, me pide algo difícil. Usted sabe cuál es mi responsabilidad. Perdone, pero eso sí que no, ¿no ve que me van a fregar a mí?
—No se preocupe, mi marido responde.
/ octavio dios mío que no esté ahorita en la casa que no salga qué estoy haciendo cómo voy a /
—Ya llegamos. ¿No está mi capi... el doctor?
—No, a esta hora todavía no ha llegado.
—Lo voy a hacer por esta vez. Pero solo porque usted es la esposa de mi capitán y él me ayudó una vez que me querían joder. Chico, soltá a estas viejas. / / Que las soltés, te digo.
—Sí, mi cabo. Bájense, grandes putas.
—Se salvaron por esta vez, pero la próxima que las hallemos las vamos a desaparecer. ¿Oyeron? Buenas noches, señora. Dígale a mi capitán que el cabo Martínez le manda saludes.
/ mi capitán no es de los que se dan vuelta qué suerte tuvieron estas pendejas bueno me voy a quitar las ganas con emperatriz esa jodida con tal que le paguen le complace cualquier gusto a uno y el pendejo de chico me vale riata yo con /
—Subite, Chico. Vámonos a la verga.
La patrulla arrancó y dobló en la primera esquina. Sin apresurarse, la lluvia empezaba a desteñir los últimos restos de los afiches.

(De Una cierta nostalgia, Editorial Iberoamericana, Tegucigalpa, 2010. Segunda edición.)

© María Eugenia Ramos
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El círculo

Rompiendo el círculo vicioso, Remedios Varo.
Técnica mixta, 1962.
LA PUERTA DEL AUTOBÚS se cerró violentamente y Marta se asió del tubo más próximo, tratando de acomodarse lo mejor posible para que sus rodillas no golpearan con las del vecino. Haciendo un esfuerzo, logró ver a Daniel, de pie cerca de los últimos asientos, haciendo equilibrio entre una mujer voluminosa de vestido rojo y un viejo con aspecto de mecánico. Marta cerró los ojos y trató de no sentir el vaho ácido de los cuerpos demasiado juntos. Durante un rato estuvo esforzándose por no dormirse, pero finalmente cedió al cansancio, pensando que faltaba mucho para llegar y siempre se despertaría a tiempo. En el sueño se vio a sí misma como una niña, de pie junto a una fuente. Sentía mucho calor y deseaba humedecerse las manos y la cara, pero cuando iba a hacerlo veía una sombra obscura reflejada en el agua y retrocedía con angustia. Se despertó sobresaltada, justo cuando el autobús se detenía en la estación de su barrio. Se volvió para ver a Daniel, que le hacía señales de bajar, mientras se abría paso a su vez hacia la puerta trasera. Marta logró recuperar de.entre la multitud su bolsa con los recipientes vacíos del almuerzo y se abalanzó hacia la puerta delantera. Tuvo que saltar porque el autobús ya había arrancado, pero logró pararse en la acera sin perder el equilibrio. La calle estaba en penumbra. Sin embargo, pudo distinguir a Daniel, que se había detenido a encender un cigarro. “Mejor que se lo vaya fumando aquí”, pensó. Empezó a caminar las tres cuadras que faltaban hasta la casa, dejando que Daniel la siguiera.
Sintió alivio al empujar el desvencijado portón y atravesar el modesto jardín sembrado de geranios. Dejó abierta la puerta para que entrara Daniel y fue a lavarse las manos en el pequeñísimo baño del pasillo. Al levantar la cabeza, se vio reflejada en el trozo de espejo colgado sobre el lavamanos, el que Daniel utilizaba para verse cuando se rasuraba. Recordó la pesadilla del autobús y se estremeció, porque le pareció ver una sombra por detrás de su cabeza. Se apartó rápidamente y sin siquiera secarse se dirigió a la cocina.
Como todas las noches, mientras recalentaba los frijoles y freía unos huevos para la cena, buscó alivio al obligado silencio del día contándole a Daniel sus preocupaciones. El supervisor había estado esa mañana más grosero que nunca, echándole en cara su lentitud para trabajar. No era culpa de ella que los huesos le dolieran algunas veces más que de costumbre. Se había hecho todos los remedios aconsejados por doña Raquel, pero la artritis avanzaba. Dentro de poco tal vez ya no podría trabajar en la maquila. Siempre despedían a la gente mayor para contratar jovencitas, que además de producir más podían descontar su sueldo acompañando al patrón coreano al cine o a los nait clubs. En realidad no se explicaba cómo no la habían despedido. Dentro de poco habría que estirar el sueldo de Daniel. Tendrías que ir dejando de fumar tanto y no ir al billar tan seguido. Sí, ya sé que no tenés otros vicios y que no fumás adentro de la casa, pero yo también hago sacrificios. Doña Raquel dice que parezco retrato, sólo tengo tres vestidos. Parece raro en una trabajadora de la maquila, pero ya sabés que me gusta ahorrar. Es cierto que no tenemos hijos, pero por eso mismo necesitamos un respaldo para cuando no podamos trabajar. Gracias a Dios no te ha gustado andar buscando otras mujeres, nunca hemos tenido problemas por eso. Te acordás que tu compadre Ramón te reclamaba la falta de hijos y te ofrecía darte una ayudita. Pero vos siempre has dicho que estamos bien así. Tu mamá, que en paz descanse, me regañaba por planificar, por no aceptar lo que el Señor nos manda. Y yo nunca planifiqué, ni sabía qué era eso. Seguramente Dios no quiso que vinieran más niños a sufrir. Siempre hemos sido sólo los dos y yo he hecho todo el oficio. Claro que algunos días estoy muy cansada, como hoy. Fijate que me dormí en el bus y tuve un sueño feo. Te lo voy a contar para que se me quite el miedo. Sí, tuve miedo. Era una niña y me paraba al lado de una fuente, pero no me podía acercar al agua porque veía una sombra y eso me asustaba. Ni televisor tenemos para decir que he estado viendo películas de miedo. Me imagino que todavía no sabés cuándo te lo va a entregar tu compadre. Ese es el problema de que te hagan favores, hasta que saque todo el trabajo que tiene en el taller lo va a arreglar. Es como doña Raquel cuando le digo que me haga un vestido para que no me vea siempre de retrato. Si yo tuviera máquina costuraría aunque fuera los domingos. Pero desde que se la robaron nunca volvimos a comprar otra. Bueno, estos frijoles ya están. Ya te podés lavar las manos. ¿Daniel?
Imaginó que Daniel estaría afuera fumándose otro cigarro. Bueno, no me oyó nada de lo que le dije. Voy a cambiarme esta ropa antes de ir a llamarlo.
En la penumbra del pasíllo, Marta empujó la puerta del dormitorio grande y retrocedió. Sobre la cama dormía un hombre que no era Daniel. Marta vio la sábana que apenas le cubría el torso, la misma sábana con el agujero zurcido por ella la noche anterior. Sin hacer ruido, cerró la puerta y se dirigió al dormitorio contiguo: La puerta estaba abierta, pero no se veía nada. Marta se detuvo lo mismo que ante la fuente. Tengo que saber, se dijo, y encendió la luz. La habitación no tenía muebles, pero sobre un petate dormían una mujer y un niño.
La única posibilidad era que Daniel estuviera lavándose las manos. Marta se dirigió hacia el baño, tratando de convencerse a sí misma de que esos desconocidos no estaban allí, sólo era el cansancio. Daniel le diría que se tomara una pastilla y se durmiera. Pero Daniel no estaba en el baño.
Frente al espejo, Marta se detuvo para contemplar a la mujer canosa que la veía con un ligero temblor en la comisura izquierda de los labios. Estoy sola, Daniel. No estás aquí. No entraste a la casa. No venías conmigo. No te bajaste del bus. No estabas en el bus. No sé si estuviste alguna vez. Este no es Daniel. Esta no soy yo. Yo no tengo hijos. No sé de quién es esta casa. No sé qué hago aquí.
Cuando la sombra que acechaba desde el reflejo se desenrolló como una serpiente, Marta volvió la cabeza y avanzó por el pasillo hasta la puerta de la calle. En el dintel se detuvo, indecisa. Se despidió mentalmente de esa casa ahora extraña. Cerró los ojos y extendió una mano hacia la sombra. Luego extendió la otra y dio un paso primero, después otro, dejando que las tinieblas la palparan, la recorrieran, la ascendieran lentamente, hasta que la puerta se cerró detrás de ella y el círculo quedó concluido.
(De Una cierta nostalgia, Editorial Iberoamericana, 2011, segunda edición.)
© María Eugenia Ramos
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Remedios Varo

Presencia inquietante. Óleo de Remedios Varo, 1959.

La española Remedios Varo es una de mis pintoras favoritas. Nació en 1908, el mismo año en que nació mi padre y uno de sus muchos nombres era Alicia, como el de mi madre. En 1959, año de mi nacimiento, pintó Presencia inquietante, que representa muy bien la presencia oscura que subyace en mis cuentos. Además, le gustaban los gatos, apoyaba la causa republicana y estuvo exiliada.

Estos son sus datos biográficos, según Wikipedia:
"María de los Remedios Alicia Rodriga Varo y Uranga (n. 16 de diciembre de 1908 en Anglès (Gerona), España, m. 8 de octubre de 1963 en Ciudad de México), más conocida como Remedios Varo, fue una pintora surrealista hispano-mexicana.
Nacida el 16 de diciembre de 1908 en Anglès (Gerona), España. Mostró desde pequeña una natural inclinación e interés por la pintura. Alentada por su padre ingresó en 1924, a la edad de 15 años, a la Academia de San Fernando en Madrid.
Al final de sus estudios, contrajo matrimonio con uno de sus compañeros de estudios, Gerardo Lizárraga, con quien parte a París, Francia, donde residirá durante un año. A su retorno en 1932, se establece en Barcelona, donde ejerce en compañía de su esposo el oficio de dibujante publicitario.
En 1935 se separó de su primer esposo, y conoce al pintor Esteban Francés, quien la introduce al círculo surrealista de André Breton. Una vez familiarizada con el movimiento surrealista, se integra al grupo logicofobista, que pretendía representar los estados mentales internos del alma, utilizando formas sugerentes de tales estados. Durante su colaboración con este grupo, Remedios Varo pinta L´Agent Double, obra que ya anticipa su estilo reconocido posteriormente.
Durante la guerra civil española, Remedios Varo opta sin dudar por el lado republicano. También durante este período y en buena medida gracias a su activo apoyo a los antifascistas, conoce al poeta Benjamín Péret, con quien establece una relación amorosa, y parte por segunda vez a París, ciudad donde residirá hasta la invasión nazi.
En 1941 la pintora y el poeta abandonan la Francia ocupada y emigran a México, país donde gracias a la política del presidente Lázaro Cárdenas de acogida de refugiados políticos, son rápidamente naturalizados y autorizados a desarrollar una actividad laboral.
En 1947 Remedios se separa de Benjamín Péret, quien retorna al París ya liberado para entonces. Gracias a sus contactos anteriores y sus actividades en México, Remedios parte ese año a Venezuela, como integrante de una expedición científica del Instituto Francés de América Latina. Estando en Venezuela, además de su trabajo de ilustradora entomológica, la pintora pudo continuar enviando carteles publicitarios para Bayer, así como trabajar un corto lapso para el instituto de malariología venezolano.
En el año de 1949 retorna a México, donde continuará con su labor de ilustradora publicitaria. Hasta que en 1952 contrae segundas nupcias con el político austríaco Walter Gruen, con quien permanecerá hasta el final de sus días. Es Gruen quien convence a Remedios Varo de abandonar sus labores comerciales, para consagrarse totalmente a la pintura.
En 1955, la pintora presenta al público sus trabajos en una primera exposición colectiva, en la Galería Diana de la Ciudad de México, seguida al año siguiente de una exposición individual.
Durante su estancia en México, la pintora conoció personalmente a artistas como Frida Kahlo y Diego Rivera, pero estableció nexos de amistad más fuertes con otros intelectuales en el exilio, en particular la también pintora surrealista Leonora Carrington.
Falleció de un paro cardíaco el 8 de octubre de 1963 en Ciudad de México."
Remedios Varo (1908-1963).

El túnel

Foto: María Eugenia Ramos

No hay Dios
ni tierra prometida,
dijeron los arcángeles.
Nos han prohibido el paso
en este túnel. 

(Se respira un polvillo
de cristales 
y en el aire
arde una mariposa extraña.) 

¿Quién levantó este túnel,
quién lo hizo oscuro
como el miedo 
y le colgó a la puerta
este desconocido pájaro? 

Son infinitos los mundos, 
dijeron los arcángeles,
y en todos
la ansiedad tiembla descalza 
como una niña ciega. 

De todos los temores 
el de la soledad 
es el más grande.
De todos los dolores, 
de los remordimientos, 
de los dones. 

La soledad es nuestra fuerza, 
dijeron los arcángeles. 

Con ella romperemos el túnel.
Andaremos el túnel para llegar a ella.
La perderemos para pasar el túnel.
La encontraremos en el túnel. 
 
Romperemos
andaremos
llegaremos
perderemos
pasaremos. 
 
¿Encontraremos? 
 
(De Porque ningún sol es el último, Ediciones Paradiso, Tegucigalpa, 1989.) 
© María Eugenia Ramos

* * *

Cuando se llevaron la noche

Moonlight interior. Óleo sobre lienzo, Edward Hooper, 
1921-1923.
Cuando el cielo se oscureció, yo empezaba apenas a quitarme la ropa. Marcos me vio, sonrió con pereza y dijo:
—Va a llover.
—Sí —le contesté—. Así es mejor.
Aquella noche las cigarras cantaban con un toque especial, como a gritos. Había hecho demasiado calor durante el día. El sudor nos había pegado la ropa al cuerpo.
Cuando se empezaron a escuchar los primeros golpes en el techo de cinc, yo estaba cantando en mi interior una canción de Phil Collins, poniéndole la letra que se me antojó. Marcos estaba lejos, tal vez caminando sobre alguna duna. Cuando los golpes se hicieron demasiado fuertes, dejé de cantar y pellizqué a Marcos para que regresara. Él volvió con desgano, con un gesto de sufrimiento, como un niño al que desprenden abruptamente del pecho.
—¿Qué es eso? —pregunté.
—Granizo —había fastidio en su voz.
Pero entonces los golpes ya no eran aislados, sino un solo rumor, de avalancha cada vez más próxima. Salté de la cama y traté de ver por la ventana, pero la luz incierta de las seis de la tarde ya no estaba. En su lugar había una masa negra, y sentí una hebra helada que se me escurría dentro del corazón. Tragué saliva y me volví hacia Marcos.
—Marcos, ¿qué está pasando?
—Pues que está lloviendo, ¿no oís?
—No, es otra cosa —quería gritar, pero mi voz apenas se escuchaba. Quise apartar la cortina para mostrarle lo que no había, pero lo hice bruscamente y el trozo de tela floreada se me quedó en la mano.
—¿Qué estás haciendo? —se irritó Marcos—. ¿No ves que estoy desnudo? ¿Querés que nos vean e afuera?
—Pero Marcos, es que no hay nada, quiero decir, no se ve nada. No está.
—Estás loca. ¿Quién no está? —y se tiró de la cama, sábana en mano, para cubrir la ventana desnuda.
—La noche. Se llevaron la noche.
Él me miró y pude ver pasar por sus ojos la burla primero, después la incredulidad y por último un inicio de miedo.
—¿Estás tomando algo, o qué? Solo está lloviendo, ¿no entendés?
Me quedé callada. Él me tomó por un brazo, con cierta brusquedad.
—Vení, volvamos a la cama. Vamos a jugar de caballito.
—Marcos, por favor. Te digo que no está la noche.
—Qué joder, carajo. Te estás inventando esa estupidez. Si no querías acostarte conmigo, no hubieras venido.
—No, te juro que es cierto. Acercate, mirá.
—No, mirá vos —y sin soltarme el brazo, descorrió el pasador, abrió la ventana y me obligó a sacar la mano—. ¿Ves? ¿Sentís la lluvia?
—¡No, por favor!
Aunque Marcos me hacía estirar la mano con la palma hacia arriba, yo sentía que los dedos me rebotaban en una especie de colchón elástico. Definitivamente, el aire, la lluvia, las cigarras, el calor, la noche entera, ya no estaban.
Él me soltó despacio y comenzó a vestirse, diciéndome:
—Yo creo que estás jugando conmigo —su voz tenía un tono de rencor—. Tengo mucho que hacer y solo vine a estar un rato con vos. ¿No podés entender eso? Pero está bien, si no querés, no volvamos a vernos.
—Marcos, no te vayás, por favor. No podés irte. No hay adónde ir.
—Quedate vos con tu locura, si querés. Me voy.
Tiró la puerta con tanta violencia que la sábana mal puesta sobre la ventana cayó al suelo. Yo la tomé, me acurruqué en la cama y me envolví toda para no ver eso que estaba afuera en lugar de la noche. Y aquí estoy desde entonces, esperando que pasen las horas y que cualquiera de los dos, o juntos, Marcos y la noche, vuelvan por mí.

(De Una cierta nostalgia, Editorial Iberoamericana, Tegucigalpa, 2010. Segunda edición.)

© María Eugenia Ramos
* * *

De este país y de estas gentes


De este país y de estas gentes

Como un norte helado y cruel
el dolor ha caído brutal
sobre este tiempo y estas gentes.
Las tierras ávidas,
las mesas de trabajo,
las mujeres encinta
han desaparecido bajo una lluvia sucia
de hojas disecadas y animalitos
muertos.


En todos los pasillos
cientos de espejos rotos
reproducen el polvo.
A juzgar por la imagen que devuelven
ningún hombre está sano.
Solo aparecen rostros incompletos,
ojos llenos de furia,
bocas incapacitadas para el beso,
frentes donde todos los pensamientos
mueren sin pasar de embriones.
El odio se distribuye en panes
por las mesas.
No hay sitio para la sal
y el café de las mañanas
tiene un sedimento amargo.
Son los pobres de luna,
los mendigos del ojo solitario,
los impotentes,
los maniáticos,
los que hoy deciden
sobre la restauración de catedrales
el curso de los ríos
y la conveniencia del amor.
Estar vivo
y ser de este país
y de estas gentes
no es alegre ni triste
sino necesario.
Ser fiel a las raíces,
seguir creyendo
en la posibilidad de la esperanza,
es el único modo de sobrevivir
a la miseria de este tiempo.

(De Porque ningún sol es el último, Ediciones Paradiso, Tegucigalpa, 1989.)

© María Eugenia Ramos