1 de marzo de 2011

En el XI Festival Internacional de Poesía de Medellín

 

La última década de mi vida ha sido tal vez la más intensa desde mis épocas de dirigente estudiantil, querida y resguardada por una familia amorosa y compañeros leales, o ese tiempo doloroso de búsqueda y desgarre de los años ochenta. Y uno de mis más esplendorosos y mágicos recuerdos de estos últimos diez años ha sido el Festival Internacional de Poesía de Medellín, al que llegué con solo un modesto librito de poesía publicado mucho tiempo atrás —hasta ahora el único—, del cual algunos ejemplares, para mi sorpresa, se fueron a la calle, a los puestos de libros viejos del mercado, y se encontraron con muchachas y muchachos que aman a la literatura. Si mi poesía ingenua les dice algo a estos jóvenes, entonces, después de todo, quizá Medellín no solo sea para los Poetas con mayúscula como los que conocí en el Festival, sino también para quienes al caminar nos inclinamos bajo el peso de las palabras que no podemos expresar.


Me sorprendió que esta señora, madre de familia de una participante en un taller de poesía, empezara a leer mi libro y no lo soltara, mientras a su alrededor los demás comían y conversaban durante el acto de clausura, en noviembre de 2010.


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